Hola tengo miedo (2011) es una publicación que hice a partir de una residencia en el Espacio para la Memoria “La Perla”. Utilizar como taller este lugar que conserva los rastros del terror que lo habitó, me puso en contacto con mis propios miedos. De ahí resulta esta especie de revista que en algunos aspectos remite a la prensa política pero que igualmente habla desde mi propia biografía. Como en otros de mis trabajos, aquí también pongo en relación algunos pensamientos, dibujos y escrituras sobre distintas maneras de la ausencia y el compromiso público.


Hola tengo miedo
1º ed. Córdoba 20191: Edición de autor
Lucas Di Pascuale
56 páginas; 29,7 x 21
x 500 ejemplares


El viaje oblicuo

“Me gustaría que también hubiera una mesita de jardín”, me dijo Lucas mientras caminábamos por la peatonal Córdoba, un miércoles de diciembre. Estábamos pensando el concepto de la muestra que acompañaría la presentación de Hola tengo miedo en Rosario. Lucas caminaba pausado. Su mirada sobrevolaba todo sin detenerse en nada. Como en automático. (“Avisáme dónde doblo. Mientras manejo, pienso” recordé la advertencia que me hiciera en la ciudad de Córdoba un tiempo atrás y sonreí.) Me había tomado desprevenido la precisión: “mesita de jardín”.

Al llegar a casa, Lucas sacó una caja. Contenía una serie de objetos: una pequeña maqueta del cartel de LOPEZ, una pieza realizada con módulos circulares tejidos al crochet, una huevera pintada con una retícula Malevich, una serie de dibujos, una pequeña pieza de cerámica hecha por una de sus hijas.

Pensé en una caja de recuerdos. Uno de esos dispositivos que disparan y refuerzan la memoria a partir de ciertos elementos/hitos, objetos que concentran toda una cadena de significantes. Una suerte de economía de la memoria. Lucas manejaba el material en un doble tránsito entre los objetos y la publicación que íbamos hojeando mientras vaciábamos la caja que íbamos vaciando mientras leíamos los textos.

La obra de Lucas parece operar sobre tres betas madres: la autorreferencialidad, la ausencia, el compromiso político.  Esas notas, solidarias entre sí, se van modulando con diferentes intensidades (incluso los blancos, los silencios parecieran remitir a algo-no-dicho) en una suerte de paseo íntimo y reversible. Un doble juego que le permite a Lucas poner en el mundo eso que de otro modo aparece como ausencia y a nosotros entrar por la misma vía a la sensibilidad de ese tal Lucas que deja de ser un nombre, un hombre, para devenir en discurso que opera desde el recuerdo, desde la memoria de lo oído, lo visto, lo vivido.

El dibujo, y creo que la escritura en Lucas es otro modo del dibujo, se vuelve el código que, a un tiempo permite decir y encriptar lo dicho. Un modo de darle entidad, encarnadura, a algo que a la vez excede esos ropajes que se tornan meros indicios, suerte de huellas de lo-que-no-puede-ser-dicho. La obra como registro de los intentos de dar con la clave que dé cuenta final de eso que mueve a hacer por pura inasibilidad.

Eduardo Molinari en su clasificación del caminante habla de dos tipos de viajes: el horizontal, el del peregrino que se desplaza en el espacio y el vertical del místico que, estático, asciende y entra en comunión trascendental. Lucas, con su obra, propone una tercera posibilidad: un viaje oblicuo. Un recorrido por una cartografía sensible delimitada por las experiencias y vivencias del artista aunque siempre mediatizadas por ciertas preguntas y problemáticas recurrentes que nos vuelven a un tiempo copilotos de ruta y compañeros de deriva (mientras viajamos, pensamos con él).

Y eso es, en definitiva, el sentido de la mesa de jardín. El espacio donde uno puede acomodarse y contemplar. Pasar la vista sobre todo sin detenerse en nada más que en el deseo o la necesidad que hace que esas cosas se vuelvan significativas. Un recorrido por situaciones, momentos, sensaciones unidas por un hilo que intuimos pero que se nos escapa, que opera por ausencia.

Henán Camoletto
Texto curatorial, exposición Hola tengo miedo, Cultura Pasajera, Rosario, 2012



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