La invitación es a escribir el Museo,  escribir sobre el Museo o escribir sobre nosotrxs  respondiendo a estas dos preguntas  ¿Qué museo tenemos?, ¿Qué museo queremos?

Al presente con cariño

Es más, me atrevería a decir que nuestra conciencia de la realidad
se afina cada vez que la abandonamos para entrar al Museo Barnum.
Steven Millhauser

La invitación sobre el museo que tenemos y queremos aparece a poco de haber llegado la pandemia y la cuarentena. Me dan ganas, el Bonfiglioli me da ganas. Igual es difícil escribir acerca del Museo sin hacer referencia a los de la Ciudad de Córdoba, donde vivo. ¿Serán buenos tiempos para escribir? ¿Para mirar y pensar nuestros museos? Me pongo a recorrer las redes, curioso por las estrategias del presente. Las hay bien distintas, quizás se trate de diferencias previas al COVID 19. Lo mismo sucede a la hora de repensar nuestras actividades en cuarentena; son diferentes y particulares –como lo eran antes– las maneras de dar clases, ofrecer servicios, conseguir aquello que necesitamos, vender productos, visitarnos y festejar cumpleaños. Lo primero que se me viene, es que el museo que queremos es uno que se piensa a sí mismo de manera permanente, promueve el debate sobre su hacer, nos incluye, nos convoca.

Días atrás participé con un video, sobre dibujo, en el marco de la programación virtual de un museo público de Buenos Aires. Me convocaron y realicé mi trabajo de manera casi inmediata, como si los tiempos de producción estuviesen acelerados por estos días. ¿Cómo habría sido la secuencia si el video hubiera tenido el destino de proyectarse en una sala? ¿Me lo hubieran pedido? Digo participé, y también quiero añadir que me contrataron, mencionar que recibí honorarios por mi trabajo.

Veo en las redes museos que proponen un sinfín de misceláneas, parecen añorar los tiempos –pasados y futuros– de puertas abiertas, como lo hacemos todos, pero quizás de una manera exagerada para una institución pública. Veo fotos de los edificios, a veces recorridos filmados desde drones, imágenes de sus trabajadores realizando una tarea momentáneamente suspendida, como si el museo estuviera jugando al “¡congelado!”. Veo que se comparten imágenes de trabajos que integran exposiciones que no pudieron ser. También veo muchas recomendaciones sobre cuidados que debemos tener ante el coronavirus. Veo, en algunos casos, que todas las comunicaciones incluyen la frase “museo en casa”, o “nos cuidemos entre todos” ¿Puede un slogan sugerir un hacer fuertemente imbricado en el contexto?

Previo a este texto, desde el Bonfiglioli, me invitaron a ser parte de la muestra Una modernidad polifónica. En ella, el trabajo de un grupo de artistas de generaciones diversas dialogaba con obras de la colección. En la sección Miradas sobre lo cotidiano –uno de los ejes temáticos de la muestra permanente del museo, sobre los que también se estructuró esta exposición–, mi trabajo Ileana y Jorge, compartió zona con obra del propio Fernando Bonfiglioli. El museo que queremos tiene una colección que se investiga y se proyecta, sale del depósito, circula y se muestra al público, genera diálogos de temporalidades múltiples.

Este habitar la redes desde la añoranza a dos tiempos parece transparentar un prototipo de museo “contenedor”, que de momento se encuentra extrañando sus contenidos. ¿Será que no pueden producirse en este contexto? Si el museo sabe que los contenidos volverán a necesitarlo, ¿alcanza con esperar?. Un prototipo de museo “prestamista”: que facilita con gusto sus espacios para que puedan expresarse artistas y a veces también curadores, y porqué no ¡el público! ¿Pero, cómo? ¿El museo, no desea expresarse? Los cordobeses somos gente de costumbre y resistencia, como esos papeles de alto gramaje que al haber estado enrollados, aun cuando tengan la oportunidad de estirarse, insisten siempre en volver a su círculo.

Quizás algunos museos se piensan militantes de lo “presencial”, esa supuesta esencia del arte. Puede que se opongan al riesgo de perder aquel vínculo íntimo entre obra y espectador. ¿Pero militar los presencial no sería, por estos días, y también de una manera más general, repensar las redes, redescubrirlas, arriesgar producciones –indagando presencialidades diferentes– diseñadas para esas mediaciones que nos impone el presente y que más allá de la pandemia, sabíamos que estaban entre nosotros?

Anterior a Una modernidad polifónica, tuvimos la oportunidad de hacer El dibujo como casa. Un vínculo artístico y afectivo entre el Museo Fernando Bonfiglioli y el Museo Horacio Álvarez de la ciudad de Córdoba; seguramente también entre Analía Godoy y Teresa Markman, sus directoras. Un museo invita a otro museo. Pensamos esa exposición como si se tratara de una constelación de dibujos, los de Horacio Álvarez (1912-1999) disfrutaron de una vibrante compañía. A su alrededor estaban los de Maximiliano Masuelli, Verónica Meloni, Estefanía Cloti, Nicolás Monsú, Ariel Costa y Mauricio Cerbellera. Copiamos la idea del dúo afectivo y diseñamos la curaduría con Hernán Camoletto. También publicamos el libro El dibujo como casa, que inicia con palabras de Teresa –una visita guiada al Álvarez–, y continúa con un intercambio epistolar entre curadores.El museo que queremos es un museo editor, que publica acompañando sus exposiciones, genera documentos, produce teoría, se dispone a dialogar con otras indagaciones, presentes, pasadas y futuras.

En las redes vemos también museos más suspicaces, que parecen aceptar la incorrección de la añoranza como programa, que intercalan actividades, aunque de una manera algo tímida, como si no se las creyeran del todo o como si esas actividades, fueran un paquete diseñado en otro sitio. También veo museos muy activos como el Bonfiglioli, donde el grado de añoranza es mínimo y hay una potente reinvención, con participación de productores, trabajadores y público.

Cuando mencioné que me habían convocado y contratado desde un museo, lo hice pensando en el problema del dinero, claro. Se trata, ni más ni menos, de ese compañero de la imaginación, que permite tener iniciativas. Para programar y convocar es necesario contar con un capital que no sea solamente simbólico. Hace falta un presupuesto que exceda los gastos fijos de mantenimiento. ¿De qué nos sirven las arquitecturas si el presupuesto se esfuma en mantenerlas en pie desde lo edilicio administrativo y es escaso a la hora de generar contenidos particulares? El museo que queremos es desde la imaginación y está dotado de un presupuesto que permite remunerar los trabajos que conlleva su programación. Así de simple.

Aunque no es tan simple, quienes trabajamos en el ámbito de la cultura no podemos limitarnos a reclamar dinero. En todo caso, sería sano y conveniente que tuviéramos una participación activa en las discusiones políticas, económicas, presupuestarias y de distribución de los ingresos. El museo que queremos podría incorporar estas problemáticas en su universo de indagación.

¿Un museo es el mejor lugar que tiene un artista para exponer? ¿Cómo saberlo? Por otro lado, ¿qué le interesa exponer a ese museo? A veces es difícil saber si los museos deciden sus exposiciones en relación a algún tipo particular de programa. Suele haber cierta oscuridad donde debería haber transparencia –al menos en los museos públicos–, en cómo se deciden esas programaciones. A veces fantaseo con que algunos museos de la Ciudad de Córdoba están intentando subsistir con el mínimo gasto posible, entonces necesitan detectar a quienes estén interesados en exponer, dejar que los deseos se manifiesten y que en función de ellos: “zas!!!”, concretar exposiciones donde los propios interesados puedan invertir, ya que el museo “por el momento” no cuenta con recursos. ¿Un museo puede oficiar de anzuelo?

Tengo la inmensa alegría de contarles también, que un día me invitaron a exponer en el Bonfiglioli, que sentí que había afecto hacia mi trabajo; y que este museo se convirtió, para mí, en el mejor lugar del mundo donde proponer una exposición. Antes de El dibujo como casa, en el Bonfiglioli,presentamos 2222. Una muestra donde propuse una serie de piezas que indagaban diversas relaciones entre dos, y que contó con una hermosa curaduría de Carina Cagnolo.

La contemporaneidad nos sedujo con sus museos recién construidos o remodelados, sus grandes espacios blancos, iluminados y a veces refrigerados. Nos sedujo con los contenedores y quizás caímos en la trampa de pensar que eso era lo que necesitábamos. Sabemos que a los contenidos hay que ir produciéndolos de manera permanente, desde dentro y fuera del museo, y que hay que dar pelea para que esto último sucede como un trabajo, nuestro trabajo. Parece superficial y hasta infantil o quizás incluso mercantil, enfatizar que ese museo que queremos es un museo que destine presupuesto a la producción de contenidos, pero así están las cosas en “Nuestra Córdoba” ¿de Quién?.

Previo a 2222 participé de la programación del Bonfiglioli coordinando un espacio de clínica. Tuvimos la oportunidad de conocernos, de saber de nuestros trabajos, de ampliar nuestra mirada sobre lo propio y lo de otres con Gabriela Manfredi, Emiliana Sinigaglia, Esteban Martínez, Fabiana Romano, Josefina Ancarani, Juan Aquilanti, Laura Bellomo, Santiago Tacconi, SofiaToribio, Soledad Pérez, Walter Civell, Ulises Vasmulakis y Marcos Goymil. Regreso ahora a una fotografía en la que estamos todes –un poquito más jóvenes– y también está Analía Godoy. ¿Qué hace la directora del museo en este banquete de garaje?¿Nos acompaña? ¿Está para figurar en la foto? Las preguntas, en este caso, están de más. Creo que todos supimos desde el primer día, lo significativo de su compañía, lo significativo de una institución interesada en vincular artistas entre sí al tiempo que hacerlo entre artistas y museo. Una institución que se construye propiciando espacios de formación en escritura, curaduría, investigación y fotografía; por nombrar algunas iniciativas. El museo que queremos procura encuentros con y entre les artistas, se interesa por su formación, está atento a sus problemáticas y reivindicaciones.

Por estos días, conversando con Eugenia González Mussano sobre un proyecto en el que estamos trabajando, decíamos que nunca se trata de un comienzo, que si no hay comienzo no hay fin, que es ese tiempo múltiple el que quizás nos permita movernos del centro, sacarnos esa mochila repleta de piedras. Las piedras son más lindas en la montaña. Hablábamos de un presente que mira al pasado y al futuro sin esa añoranza radical. Un presente que no sufre, ante aquel pasado que siempre fue mejor, ni tampoco en pos de un futuro donde todo será distinto. Propongamos un museo que mire al pasado, al futuro, y al presente con cariño.

Al Bonfiglioli lo siento cerca. Me da ganas, será porque tengo la impresión de que es un museo que se dispone desde un trabajo en equipo.  Desde un equipo interesado en profundizar sus conocimientos. Lo pienso como un museo donde las oficinas no tienen formato de trincheras. En particular la oficina de dirección, que se expande hacia todos los espacios proponiendo liderazgos activos y creativos. El museo que queremos es desde la imaginación y la investigación, también desde el afecto. Ese afecto que se inicia entre quienes trabajan en él de manera permanente, un afecto hacia el trabajo, hacia sus trabajadores y hacia el público. El museo que queremos es un museo de autorxs.

Lucas Di Pascuale

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